Son cuatro alforjas amarillas y negras y una bolsa de dormir. Dos se encuentran junto a la rueda delantera y las otras, junto a la trasera. Adentro lleva ropa, comida y hasta una pequeña cocina; en conclusión, sobre la bicicleta, Sebastián Espina transporta su hogar. Y eso lo hace libre. Porque ha podido convertir en casa rincones de la helada y lejana Alaska, los bosques que rodean los lagos aislados de Canadá, alguna playa de la bronceada costa oeste de Estados Unidos, viejas iglesias mexicanas y la vera de alguna ruta sudamericana y tropical, entre mucho otros lugares. Este cordobés de 30 años está cerca de completar la hazaña: unir Alaska con Ushuaia a puro pedal. Y a pesar de lo agotador del viaje no se cansa de repetir, como una prédica, que la clave de la felicidad está en desprenderse de la mayor cantidad de ataduras posibles y pedalear, caminar o volar hacia los sueños.
El viaje arrancó formalmente el año pasado. Pero la semilla de su origen está mucho más atrás. Hace cincos años, Sebastián empezó a madurar la idea de la travesía. En 2009 se animó y recorrió Sudamérica con una bicicleta que había comprado un mes antes de partir. "En general, los que hacemos este tipo de viajes nos acercamos a la bicicleta por primera vez cuando estamos por salir. No somos de los que entrenan todos los fines de semana", detalla. Luego hizo un viaje por Nueva Zelanda y el año pasado se largó a recorrer América. Lo hizo con dos amigos, Francisco Cámara y Nicolás Provenzani. Partieron desde Anchorage, Alaska, en junio. Y el miércoles, Sebastián llegó a Tucumán (arribó solo; a lo largo del camino se separó de sus amigos).
A recuperar fuerzas
En la casa de sus primos en Yerba Buena recupera fuerzas para encarar el tramo que lo separa de su casa en Alta Gracia, Córdoba, y, desde ahí, arremeter el final del viaje: el trayecto hasta Ushuaia ¿Y después? "Mi capital es el tiempo que tengo por delante. Y que no siento miedo por el mañana. El hombre resigna su libertad de manera voluntaria. Y yo no estoy dispuesto a hacerlo. Siempre te dicen: 'bueno, ahora se te termina'. Y yo pregunto ¿qué es lo que se me termina? Todos los días entreno mi capacidad de no proyectar, de no angustiarme. Al final, todo se resuelve", explica junto a la bicicleta que compró en Filadelfia, Estados Unidos, el año pasado, antes de volar a Alaska.
Debido a la imparable tormenta de noticias sobre la violencia que reina en gran parte de Latinoamérica, se vuelve inevitable no preguntarle si fue víctima de delincuentes o si vivió situaciones desagradables. "Ninguna. Alaska, Canadá y Estados Unidos son lugares muy seguros. En Latinoamérica tenemos miedo de nosotros mismos. En todos lados te dicen que tengas cuidado. Pero a mí no me pasó nada", asegura.
Lo más fácil
¿Qué les dirías a las personas que sueñan con hacer un viaje como el tuyo y no se animan?, le preguntó LA GACETA. "Es muy difícil explicar lo fácil que es hacer esto. La realidad es que todo el mundo se queja, pero nadie se anima a dejar la zona de confort de sus vidas. Es muy sencillo desatarse y empezar a hacer ya mismo lo que a uno le hace feliz. Hay que animarse", concluye.